He comentado otras veces que como alumno, y luego como profesor, he pasado toda mi vida en escuelas, colegios, institutos y universidades.
Siendo alumno me
encontré con maestros y profesores magníficos, personas interesadas en su
trabajo, con sensibilidad, entrega y capacidades para que me sintiera atraído
hacía las clases que impartían. Pero no solo esto. También tuve maestros que
fueron ejemplos a los que seguir. Fueron los maestros con riqueza interior, con
rectitud de conducta, con honestidad humana y profesional, con nobleza de
espíritu. A ellos y a ellas va mi más profundo agradecimiento. Y muy
especialmente a mi padre, mi primer y gran maestro.
¿Tuve profesores que
fueron nulidades o nada interesados en lo que hacían, incapaces de entusiasmar
o que vagaban paralizados en la inacción vergonzosa? Pues sí. Como en cualquier
profesión se encuentra uno con toda clase de especímenes humanos. Curiosamente
me di cuenta ya de muy joven que era frecuente que aquellos que menos aportaban
con su labor, entrega y dedicación pedagógica eran luego los más conflictivos
al reivindicar toda clase de derechos habido y por haber. O que disimulaban sus
inaptitudes o falta de diligencia escudándose en un mal entendido
corporativismo solidario que no era otra cosa más que hipocresía y farsa pura.
O que convertían los claustros en estériles y jeroglíficos campos de
rivalidades, antagonismos o frustraciones con luchas estúpidas y sin sentido.
¡Cuántas energías perdidas inútilmente en estas infructuosas reuniones!
Siendo profesor he tenido
la suerte de haber podido trabajar con compañeros que amaban su profesión, que
sentían respeto y estimación hacia los alumnos y que aportaban lo mejor de sí
mismos en su trabajo cotidiano. ¿Y qué decir de los alumnos? Pues que en su
inmensa mayoría fueron, o han sido, muestras también de fértil inquietud, de
deseos de saber y conocer, de vitalidad contagiosa. ¡Qué maravilla si ellos
hubieran aprendido de mí lo que yo aprendí de ellos! Así que también un alumno
puede ser, con su ejemplo, todo un gran maestro para el propio profesor.
Es una lástima que hoy,
y a partir de poco afortunadas reformas educativas (LOGSE y posteriores
retoques formales a la misma), encontremos aulas con alumnos obligados a una
asistencia que rechazan y que hunden en el desorden e indisciplina un trabajo
que exige rigor y método para germinar en arte y ciencia rigurosa (¡la cantidad
de enseñantes saliendo de sus clases abatidos y hasta llorando que he visto!).
Y a continuación de esta actual escuela deplorable, se debate un bachillerato
esquelético e insuficiente de solo dos cursos que se arrastra en la dinámica
desconcertante de la ESO y que nada repara del tiempo antes perdido.
Gracias a la buena y eficaz educación se puede lograr todo o casi todo. Por esto estamos esperanzados en que quizás un día la alcancemos y rectifiquemos caminos equivocados en pro del protagonista fundamental de toda escuela: el alumnado activo con su proyección hacia el futuro.
Pere Font
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